De mis lecturas marxianas recuerdo,
entre delirios,
la ley del tránsito de los cambios cuantitativos a cualitativos.
La calidad se manifiesta -leía- en cualidades,
en la suma de varias propiedades distintas
que determinan,
en el todo,
la idea del conjunto del objeto.
-Ley universal del desarrollo del mundo material-
Bajo ese principio
el cambio cuantitativo
(dentro de ciertos límites*)
no comporta cambios cualitativos.
¿Pero acaso no son los límites y sus perturbaciones
la algarada de nuestra pequeña historia individual?
Es la enfermedad la anécdota que todo lo tuerce
y nosotros, con ella,
nos descubrimos.
Cuando se quebrantan los límites,
los cambios cuantitativos,
desbocados y fuera de sí
-de su significado-
originan transformaciones radicales,
cualitativas.
La flaqueza instantanea
de las piernas
après la petite mort,
pero durante dos días.
El colpaso eventual de la faringe
tras la sal
el tequila
y el limón,
pero constante.
La flaqueza del pensar
después de morir de noche,
pero sin olor a sudor
ni a tabaco
ni a pachuli.
Enfermar es, por lo tanto,
una intensidad de tal magnitud
que el cuerpo se abandona
superado por una de sus partes
y,
derrotado por la confusión,
claudica enigmáticamente.