domingo, 4 de noviembre de 2012

Lecciones subterráneas

Vagón del metro de la línea 7. Un tipo grande y despeinado, con gafas de cristal grueso y rallado casi opaco, balbucea tendido sobre dos asientos. Casi todos los viajeros le miran de reojo, las parejas se dan golpecitos con el codo disimuladamente, un par de señoronas mueven los labios como queriendo descifrar el discurso a través de la imitación de sus gestos labiales y un preadolescente busca desesperadamente con la mirada una sonrisa cómplice. En cada parada entran más viajeros pero nadie se sienta en la plaza libre que tiene el tipo a su izquierda. Está muy borracho porque es un borracho, un borracho que habla solo, que huele a vino y que está en la fase verborreica.

A lo largo del viaje el vagón se va llenando de gente que se queda de pie porque no se atreve a sentarse a su lado. Un negro con el mono azul del trabajo, un negro de verdad, no como Obama que es mulato pero conviene identificarlo como negro para la propaganda político-electoral, se sienta a su lado. El borracho le sujeta del brazo y le dice "a mí me da igual que seas mujer, maricón o negro". La gente se gira. "Porque todos somos personas". El negro calla. "El problema es la educación". Risitas. "El problema de este país es que ya no se respeta a la gente mayor". Expectación. "Porque la gente mayor ha vivido más años, ¿entiendes?". El negro sigue callado. "Yo tengo 54 años, ¿cuánta gente de tu país tiene 54 años?". El negro mudo. "Te lo digo yo: los maestros, sólo los maestros". El negro se encoge de un hombro porque el otro lo tiene agarrado el borracho con su mano. "Eso es por la educación. ¿Tú qué has estudiado?". El negro intenta decir algo. "¿Tú sabes quién es Alfonso X?". El negro no sabe. "Alfonso el Sabio, el que tiene una universidad". El negro baja la mirada. "Ese hombre juntó a judíos, moros y cristianos para traducir textos al castellano". Veo cómo la gente que se reía furtivamente baja la cabeza. El borracho sabe más que vosotros. "El otro día dijeron que habían muerto no sé cuantos sirios". El metro está rendido. "¿A quién le importa que se mura un sirio?". El negro asiente. "¡A nadie! ¡a nadie le importa una mierda que se muera un sirio!". El negro vuelve a asentir. "¿Tú de dónde eres?". "De Senegal" dice el negro. "Como a los de Senegal que les importa una mierda que se muera un negro". El negro le da la razón y yo me tengo que bajar porque es mi parada.

A nadie le importa una mierda que muera un sirio o un negro
pero todos hacen lo posible por informarse
y se sienten obligados a seguir las noticias
para poder decir que qué lástima que han muerto un sirio
y un negro.

Han muerto un sirio y un negro
lo ha dicho la televisión
lo he leído en el periódico
y he compartido la información
con todos mis contactos
en todas las redes en las que estoy inscrito;
quiero que el mundo sepa que me preocupo
por el sirio y el negro,
el primero asesinado injustamente en una guerra
que no comprendo,
me posiciono por si acaso
que Jesús dijo algo de los tibios
que El Ché dijo algo de que todos somos hermanos;
el segundo murió posiblemente de hambruna
según mi reloj que marca los muertos
cada cinco segundos muere un negrito
y yo me preocupo porque soy humano
porque es injusto y era un hermano.

Hace tiempo que perdí la cuenta de los muertos
se me amontonan los sirios muertos
los negros muertos
los manifestantes golpeados
los sindicalistas colombianos tiroteados
los monjes tibetanos
y los palestinos apaleados.

Al final del año ordeno las cifras
sumas y restas,
da igual.
Al final del año
todos los muertos
son sólo números.