(...)corazón presbicio y dadivoso
en algaraza chipén
dispensa su albricia
con lobreguez postración (...)
Apuras la cerveza y no queda otra que coger la puerta y llevársela puesta para facilitar la huida a los demás. Quedarse sería perpetuar el engaño y alimentar un ego de hojalata. Existe una raza de escribidores barrocos cuyo método es narcotizar a los lectores/oyentes con cantidades ingentes de adjetivos poco comunes, supongo que con la esperanza de parecer cultos y refinados, con la intención de elevarse por encima del vulgo asistente (sus amigos y cuatro borrachos despistados). Pero lo que consiguen es aburrimiento y risas, sobretodo risas.
No falla, en cuanto un impostor de esos (que tanto abundan) se sube al escenario o se sienta en una silla al fondo de algún pequeño local su rigidez corporal y su gesto altivo anuncian el desastre. Es un poser, un complejo disfraz de posturas, actitudes y muecas cuyo resultado es grotesco. Pero él no se da cuenta, al contrario, su percepción de sí mismo es -seguramente- la de un gran genio a punto de arrasar con su pedigrí de artista latengoenorme/soylapollaenverso. En cuanto abren la boca, al público asistente le entran unas ganas irrefrenables de fumar. Gracias a la Administración Zapatero el fumar se ha convertido en la excusa perfecta para ausentarse y huir en cualquier momento. Gracias a los escritores plomazo muchos han empezado a hacerlo aprovechando la prohibición. La salud es una ecuación difícil de resolver: o te da un majacuco durante el recital o te ganas de cáncer a largo plazo.
No trato de juzgar la calidad, para eso están los consejos de sabios punkis críticos (perdón, culpa de los Lendakaris Muertos), sino la honestidad. Cuando uno va a ser escuchado o leído, se le debería exigir un mínimo de deferencia para con sus receptores. Al fin y al cabo el esfuerzo es de ellos, el agradecido debería ser del emisor y, solo si es bueno, recíproco.
Los creadores suelen ser unos ladrones, no pasa nada si es algo inconsciente. Al fin y al cabo hemos llegado tarde al mundo y casi todo está ya escrito o leído. No hay que perder tampoco el espíritu burlón. Pero presentar como propio algo que ni el propio autor ha comprendido y cuyo único objetivo es aparentar un talento que no tiene debería sancionarse de forma contundente. Al fin y al cabo si en un local se puede aplaudir (a veces parece que es un deber), también se debería tener la posibilidad de abuchear. Claro, en teoría, pero todos somos demasiado educados para permitirnos esos ataques de sinceridad. Preferimos escapar y evitar la confrontación aunque sea a costa de nuestra salud, fumando en la calle y pasando frío. Qué cobardes somos, cuando estemos jodidos en la cama con fiebre o en una camilla esperando la quimio seguro que no vienen todos esos artistillas a echarnos una mano (ni falta que hace, por otra parte).
Luego algunos se preguntan el porqué de tanto alcoholismo y tabaquismo entre los asistentes a recitales y lecturas públicas.