Le he usurpado la risa
a la chica de la cicatriz
de encima del labio.
He expropiado los recuerdos
a ese chico autista
que pintaba murales
en las paredes de su habitación.
He afanado la mirada sin futuro
de la niña embarazada
de los dientes de oro.
No he parado.
He atracado veinte sucursales
de bancos de tiempo
y lo he perdido todo
en la huída.
He estafado al cura
con jóvenes meapilas
infectados
con el VIH.
Lo he hecho.
Pero nada fue tan emocionante
como plagiar ese instante
en el que quemas las fotos
antiguas
las cartas
antiguas
y te das cuenta
que nunca las habías vuelto a mirar
y que ahora
duele,
duele defraudar.