Año ochenta y algo
firme como el tronco
que sujeta mi espalda
botines negros
calcetines de lana vieja
peto verde militar
austriaco
y una camisa roja
apuntalada hasta el último botón
ojos de pajarito
y un rostro de anuncio de Kinder Sorpresa
o de las juventudes hitlerianas.
Yo.
No hay duda,
yo.
Preparado para una guerra húngara
apretando los puños mientras
mis padres me disparaban fotos
para el albúm familiar
tan de moda
en aquellos días
entre la clase mierda.
Ridículo.
Siempre ridículo.