lunes, 2 de enero de 2012

Hija de puta

Mi madre duerme como un cadáver tirado en la cuneta, vencida por la gravedad, sin oponer resistencia. Muchas personas tienen una postura concreta al acostarse: posición fetal, colocadas como un faraón egipcio o cualquiera de las distintas variables de brazos y piernas cruzadas. Mi madre duerme como cae, como un saco de piedras.

La satisfacción que produce el trabajo es relativa. Casi nadie está contento con su trabajo, pero casi todos necesitan trabajar para vivir. Por eso en el colegio nos enseñan matemáticas en vez de baile: todo el sistema educativo está orientado al trabajo. 


El verbo trabajar procede del latín Tripaliarum, una estructura de tres palos donde se ataba a los presos. Sufrimiento y dolor. Esencialmente nada ha cambiado. Los trabajadores asalariados venden su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo muy por debajo de su valor productivo. Mi madre trabaja por cuenta ajena, no produce nada tangible pero su labor es un producto social configurado como un servicio.

Las feministas dicen que vende su cuerpo. Eso es mentira. Mi madre sólo lo alquila, por eso después de trabajar sigue siendo dueña se sus medios de producción con los que me acaricia, me cocina y me lava. Como cualquier trabajador del conocimiento posee un saber específico que aplica en una sociedad y en una economía dada, aunque la peculiaridad de su labor es que el ámbito adecuado de despliegue de sus capacidades se produce tanto dentro como fuera de ella.

El valor de una hora de su trabajo equivale a 20 kilos de tomate Raf o a un gramo de cocaína. Cada mes es capaz de generar la riqueza suficiente para poder pagar la hipoteca, los gastos de luz, agua y gas, la compra de alimentos, la mensualidad de mi universidad, la línea de internet, las facturas de los móviles y del teléfono fijo y con el excedente podemos comprar libros, ropa, acceder a otros servicios de ocio e incluso nos permitimos ahorrar.

Por eso cuando me llamas hija de puta yo digo sí, bien orgullosa. Mi madre no necesita ni jefe, ni ordenador, ni máquina ni herramienta más que ella misma para obtener un sustento económico igual o superior al de tu madre o tu padre. Y al llegar a casa apaga el móvil porque puede, porque no quiere que nadie interrumpa su tiempo libre, porque le pertenece exclusivamente a ella. A ella y a mi.