Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y que con su salud... Y peleó como valente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla, como el señor don Juan supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado el dicho Miguel de Cervantes, le acrescentó y le dio cuatro ducados más de su paga... De la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de la dicha mano.
Tal vez el haber estudiado en un colegio francés me haya inmunizado contra la fobia adolescente anticervantina. La primera obra que leí de Cervantes fue el entremés El Retablo de las Maravillas y me gustó tanto que me apunté voluntariamente al grupo de teatro que la iba a interpretar, salvando mi vergüenza y sorprendiendo a todos pues aunque entre mis iguales -compañeros de clase- se me tenía por hablador y vacilón, el profesorado creía que era medio autista; unos pocos años antes una profesora concertó una reunión con mi madre para decirle que yo era mudo. Lo cierto es que yo simplemente había decidido no dirigirle la palabra pues ya desde el primer día de clase me di cuenta -por como trató a un compañero daltónico- de lo imbécil que era. Además por aquellos años tenía otros asuntos de los que preocuparme: de un día para otro decidí dejar de ser zurdo y escribir con la derecha; durante varios meses de transición me liaba con los conceptos de izquierda y derecha, un problema que por lo visto era y es muy común en la política europea. El personaje que interpreté fue a Juan Castrado, el más débil y crédulo de toda la obra, el primero en ser engañado, el propietario de la casa donde los estafadores montaron el retablo. Al menos fui, durante un corto periodo de tiempo, propietario de una casa. Creo que ese personaje, al igual que el coqueteo con la dislexia, es un buen arquetipo del ciudadano medio español.
Todo este asunto cervantino viene a cuento porque, al igual que él, estoy temporalmente impedido de la mano derecha y, al igual que él, fue por una cuestión de honor. Porque sólo el honor -y la estupidez- pueden obligar a un tipo como yo, que no ha jugado al fútbol desde hace diez años, a hacer de portero en un partido nocturno en una cancha municipal de Vallecas sin iluminación contra cinco quinquis ecuatorianos de 15 años tras salir borracho de un concierto (de Sideband), calzando botas militares de punta de acero, y lanzarme cual Arkonada (o Casillas, para los más jóvenes) para parar una volea alta sabiendo que mi brazo no me acompañaría pues, duele decirlo, ya se me había salido el hombro en dos ocasiones (cogiendo olas en la playa de Gros de Donosti hace cinco años y peleándome en la Plaza del Carmen de Madrid hace tres). Resultado: la mano rota, la muñeca con fractura ósea aguda y el hombro dislocado. Es decir, estoy enyesado y no podré escribir, ni contestar emails pendientes, durante unas cuantas semanas.
Este post es, junto con mis deberes laborales, el último esfuerzo de escritura con la mano izquierda que haré -creo- durante un tiempo, mientras la derecha reposa con dolor. Ruego me disculpéis si estabais pendientes de alguna contestación por mi parte o queríais leer, por extraño que sea, nuevas ¿poesías? en este espacio. De todas formas soy bastante incoherente así que estoy seguro que en algún momento romperé con mi descanso para seguir castigándoos con mis textos.
Yo que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo.
Miguel de Cervantes