Si aprieto muchos los dientes
puedo sentir los huesos de todos los muertos.
No son los recuerdos los que nos atormentan
sino la forma verbal del condicional, la posibilidad,
hasta de eso se salvaron los bosquimanos.
No quiero perseguir estos tiempos que corren
aunque me pasen por encima
clavándome sus pezuñas de barro,
ni sacarme los ojos con cucharas de plata
por todas las ausencias
-tal vez merecidas-
ni aceptar la eterna compañía de los cadáveres transitorios
de los niños sin nunca ni sombra
que gritan mi nombre al pasar.
Adiós al tormento de existir en un mundo muerto,
no volveré a entregar, como Belerofonte,
la carta que me condene.
No esperaré sentado el final inesperado,
me desentrañaré en lo alto de un rascacielos,
de esos que se ven a lo lejos
entre los bloques y casas bajas de este barrio de hambre.
Correrá la sangre como reclamo de buitres y hienas, compañeras,
y una vez saciadas
tomaremos por placer la ciudad para entregársela a aquellas
que aun escarban el asfalto para llegar al mar.