Las tardes tienen esa vieja luz de incendio tranquilo,
atesoran el secreto del quiebre de los días,
el principio del fin inclinado
hacia los guardianes de la inmensa
y sagrada oscuridad.
Las manos enmudecen las palabras
y tal vez por eso plantar
sea el único homenaje
cuando todo es tan absurdo
como el hostigamiento a los perros mil leches
cancerberos de nuestra ciudad.
Puede que esté equivocado como siempre
pero las experiencias desvelan verdades
que por tantas mediaciones
nos cuestan interpretar.
El huerto alumbra a quien sin relojes
se ocupa desentrañado
a esa venerable fatalidad,
y ya sólo de ese rito iniciático
de verbos de vida y muerte impronunciables
acepta su autoridad.
Mis tomates se han secado
no por falta de atención,
acariciaba sus hojas y los regaba a diario
como si fuesen hijos tontos.
Luego falté algunos días,
cuando yo me faltaba a mi también,
y tras mi ausencia vino su muerte
ahora sé que no los supe entender.
Riega los tomates
pero no demasiado,
déjales también pelear.
No subestimes a nadie ni a nada,
de la escasez nacen guerreras
o se sucumbe sin piedad.
Las malas hierbas sobreviven
pero yo no les veo maldad,
no confundo valores morales
con planes de productividad.
No hay amor sin respeto,
ni apoyo sin espacios donde fraguar
con tus manos tus armas,
gracias hermanas.
volverán a disparar.
Del odio prefiero ya no hablar.
Si te odiase debería matarte,
otro tema,
ahora prefiero cultivar.