Y qué culpa tienen los corintios
de que San Pablo se pusiese
afectado y didáctico con el amor,
de que todos los damnificados
por las humedades de otros
insistiesen:
"el amor es..."
Y qué culpa tienen los otros
para que castiguen sus días
y sus noches
con una sobredosis superferolítica
de versos pegajosos.
Y qué culpa tenemos nosotros
si nos sofocamos al leer poemas de amor,
si nos ponemos violentos con las hadas centelleantes,
las lunas radiantes y los unicornios alados.
No lloréis por el vendeflores degollado,
por el cantautor
o por el amante nocturno
apedreado bajo el balcón.
El infierno es un poeta enamorado.