Esta es la breve historia de una noche de luces
un desayuno espídico
y de cómo borré todo el archivo
con cientos de páginas
más otras tantas anotaciones
del artefacto pseudoliterario
del que me siento más orgulloso
hasta la fecha.
En el principio era el verbo y varios psilocibes
y a diferencia de otros abortos anteriores
tenía la convicción de las voces ascendentes
con efecto multiplicador con un mismo objetivo:
el relato de un tipo que escapó de París acosado por la prensa
y el tormento del recuerdo de los niños armados y drogados del Congo
para acabar en un barrio autorreferencial, sexotropical y ultraviolento.
Su nombre era Alex y estaba arruinado
pero a diferencia de Antístenes, Diógenes y Crates
necesitaba reacumular objetos y espectativas
para volver al Juego y participar en la partida
así que se echó a las calles de casas bajas y colas colombianas
buscando desesperadamente alguna actividad mínimamente lucrativa
con la que establecer un vínculo exclusivamente material.
Entre bares gallegos, yonkis con carrera y postgrado, putas reaccionarias,
taxistas conspiranoicos, bandas de dominicanos vestidos de rosa,
culturistas lectores de Bécquer, estudiantes de gilipolleces
y apologistas de la casquería,
Alex conseguía dinero embalando Metilona para un camello de origen judío,
un sustitutivo barato del MDMA para los niños ricos
ante el desabastecimiento por la restricción del medicamento chino
con el que se sintetizaba.
Con el tiempo Alex fue progresando fuera del trapicheo
gracias a su capacidad y experiencia para liderar proyectos financieros
dentro de los margenes de la legalidad,
lo que le recordaba como un martillo hidráulico
los años de honradez especulativa comerciando con cobalto,
coltán, cobre y todo aquello que un niño negro de 12 años
con un orificio en la cabeza para suministrarle cocaína con pólvora
pudiera sacar de una mina controlada por una tribu armada
de guerreros monje y psicomagos capaces de repeler las balas
del enemigo.
En algún momento Alex se enamorada de una joven gitanorrumana
de un templo ocupado -ahora desahuciado- que se dedicaba a
reciclar chatarra con horario partido de 8 horas diarias
como estipulaba el convenio firmado por CCOO y UGT.
El relato continuaba con negociaciones en despachos de roble
con cuero chapado en oro y en mesas de cristal y mármol
con fotografías de líderes mundial con diez mil cargos
representativos en organismos internacionales
con nadie a quien rendir cuentas
y las historias de los chavales del barrio
ante la creciente oleada de terrorismo individualista
que asolaba la ciudad ante la presión social
del ensueño imposibilista.
O algo así.
El caso es me gustaba tanto que era incapaz de terminarla
y aunque este ¿poema? la desmerezca y la presente
como algo egotópico y metaonanista era mi historia,
y he decidido borrarla esta mañana
ante la imposibilidad de concluirla
y la alegría de haber sido capaz de escribir
de forma continuada, aunque inconstante,
lo que hasta la fecha
insisto
era mi gran obra casi-literaria.