Quisieron eliminarnos,
acabar con todo,
destruir nuestras siete mil millones de ojivas por fundición con trinitrotolueno,
humillarnos como a un Jesucristo deficiente y retrasado
y enmarcarnos con paspartú de maderas innobles
-o tal vez con una mandorla, más piadosa-
para que reírse con sus bocas de dientes podridos.
Se olvidaron de los ladridos de los perros del sótano,
de las cabras cibernéticas con cuernos de angustia,
de los niños violentos de los batidos sangrientos,
de los ancianos seniles, del rencor y la ira,
del agravio.
Quisieron deshacerse de nosotros,
poner una cifra bajo nuestra fotografía
pero ahora es tarde, se equivocaron,
la sangre no olvida y la vida reclama:
ellos o nosotros, y serán ellos,
pasarán por el fuego de nuestra canción preferida.