-¡Ya estamos!- dice en voz alta mientras el resto de los clientes se dan la vuelta hacia nosotros haciendo sonar las sillas.-Ya tenemos a otro hortera y cursi de ciudad incapaz de comerse un buen plato de toda la vida. No, ahora todos los mamones quieren comida bonita, alimentos empaquetados con abrefácil, sin grasas y que no huelan. No, hijo, aquí la tapa la regalamos y ponemos lo que queremos. ¿Que no quieres comértela? Pues no te la comas. Aquí nos gusta la cocina de verdad, la cocina gore hecha con riñones, pulmones, tripas, sesos, patas, morros, orejas, huesos, médulas, ojos, hígados, corazones, lenguas, criadillas, mollejas y rabos. La casquería es el último bastión contra la estupidez moderna. Ahora todos quieren reducciones, platos sofisticados y enormes que parezcan un lienzo abstracto. Cocina de maricas hecha por cocineros maricones que se creen filósofos y artistas. Me pueden comer la polla. Cocinar unas vísceras es algo grandioso, se necesita mucho tiempo y mucha mano para hacerlas comestibles. La cocina de siempre, la de verdad, la de toda la vida, es uno de los grandes milagros. Lo demás son gilipolleces de paletos de ciudad que se creen que los fogones son instrumentos de creatividad. No, las cocinas son salas de autopsia y en los fogones todo es muerte y sangre, vísceras y cadáveres en descomposición. Esa es la verdadera civilización: el ser humano transformando todo ese dolor animal en algo comestible. ¡¿Te has enterado?!