No sé qué es la paz,
yo no soy un hombre,
soy un campo de batalla,
un peso muerto con la forma de mi cuerpo
y todas las noches despierto preguntándome lo mismo
¿será esto lo que llamaban los griegos una vida de perros?
Tengo vínculos afectivos con animales de la calle
mucho más fuertes y profundos que con la mayoría de gente que conozco
y aun así siempre hay alguien que le da sentido a las noches
un banco, un bordillo, un portal y un pitillo;
ya no quedan trenes, han cerrado el metro,
a qué esperamos para saltarnos ya los dientes.
Siempre con la misma duda al doblar cualquier esquina:
qué será esta vez,
que sea rápido y no duela
que tengo un gato negro hambriento
esperando a que vuelva.