Yo tampoco entiendo a la gente.
De pequeño soñaba con despertar
en una ciudad desierta
donde los pájaros piasen durante todo el día
como ahora sólo lo hacen
al amanecer.
Subiría a lo alto de una colina,
a las afueras,
y rodeado de fieras esperaría a la luna
para comprobar el hambre que el fuego nos guardaba.
Pienso en ello todos los días,
intentando engancharme al recuerdo súbito de un olor,
un golpe seco en la nariz,
alguien gritando a lo lejos su nombre
y que todo lo demás se desvanezca
aunque sólo sea por un instante.
Seguiré caminando bajo la tormenta
buscando el abrazo del rayo.
Esta vez no te soltaré la mano.