Somos un animal que muere nada más nacer.
El primer llanto es el último aullido
de una especie en perpetua extinción.
Mi coño creó los océanos.
Luego se revelaron las sombras
y con ellas los destellos,
las cosquillas de las voces que amas.
Pero nuestras flores brotan y se marchitan
por lo mismo, cuando rozan el exterior,
y aunque hay muchas vidas en esta
dime tú
si alguna de ellas es recta.
Tengo todas las edades
y en todas ellas entré a butrón.
La cárcel más segura del mundo soy yo,
imperiosa, colérica, irascible, extrema en todo,
sin un punto de vista, más bien de mira,
un gatillo en cada dedo
porque yo no quiero ser feliz
con el permiso de nadie.
Me seduce la guerra
que es vivir así.
Me seducen los espíritus suicidas
que abrazan la muerte tantas veces al día
como lo haría cualquier otro animal.
Nunca brota la misma sangre
de la misma herida,
no luchamos carne contra carne
sino contra mediaciones
que reordenan la materia muerta
en la que nos han convertido.
La piel siempre erizada,
negras las pupilas,
afiladas las garras.
Todo me sabe a muerte
pero esta vez
no será la mía.