De noche los gatos maúllan como bebés llorando.
La lluvia, aplausos cerrados,
pienso en los muertos que conocí en vida
y me acuerdo de ti,
cabeza de fuego.
Nunca esperé nada,
te soportaba en esta celda
de huesos
carne
tejidos
sangre
y brea
como quien sin amor prepara la última cama
de su viejo esposo vencido.
Con el tiempo aprendí,
tras varios intentos,
mejor espíritu ardiendo en cada incendio
que piel desgarrada
cabeza aplastada
o fiambre envenenado
porque no supo morir a tiempo.
Suicidio,
no simulacro del cuerpo abandonado
que regresa a la tierra y al cosmos
desintegrado tras ritos absurdos,
sino eutanasia mística y sagrada
que con ira milenarista aniquila tu ser
porque todos estamos enfermos por dentro.
Humanos,
crueles y hermosos,
jamás justos, ni dignos,
hermanos y enemigos
de ese otro que es uno mismo.
Asesinaos
asesinaos
asesinaos tantas veces como golpes
nos mellaron y mediaron para siempre.
Tal vez así logremos por fin
encontrar nuestro lugar,
entre cadáveres,
el terreno adecuado para flores tan frágiles
y letales como las nuestras.