No miente, pero a veces
teme más reconocer que alberga miedo
que el miedo mismo,
prefiere detonarse en un instante
golpear primero
que reconcomerse en el tormento
del lento desprendimiento.
Otras se descompone
con su propia indolencia,
reptil de siete cabezas,
autolesiones por si bajo su piel
-a veces tan ajena-
aun brotan flores de cementerio
o ya es carne de matadero.
No es una valiente, nadie lo es,
si naciese en este instante
tendría nombre de fenómeno climático
y aunque se siente bombilla rota de calle sin bares,
también los disparos alumbran.