Frente al espejo
las hebras de mi pelo se desprenden de la cabeza
mientras los dientes
temblorosos
desbocados
saltan y alcanzan el suelo.
La piel derrotada cae viscosa
como un traje agotado
y las manos deshuesadas tratan de recomponer
los restos de la cara
sujetando los ojos desorbitados.
Caen mis brazos y mis piernas
arrastrando la columna y la cadena
precipitadas
tras los músculos vencidos que salpican en el suelo
heces, sangre y lágrimas de las vísceras y tripas
que se amontan deshidratadas
donde estaban mis píes.
Pero el corazón se mantiene vibrante
humeante
escupiendo bilis y semen
rumiando y mordiendo su interior
suspendido
a un metro y pico de los desperdicios del suelo.
Nadie quiere verte desnudo
cuando eres un montón de muertos.