miércoles, 9 de marzo de 2011

Por los caminos del dolor

Venimos entre sangre,
gemidos y desgarros
ahogados, exhaustos
y confunsos.
Aprendemos a llorar
para reclamar la atención a las sombras borrosas
y volvemos a llorar
por los dientes
por las piernas
que salen, que crecen
entre tirones y fracturas.
Sentimos el vacío inexplicable
por las ausencias
por las presencias.
Seguimos creciendo, seguimos llorando
llora el cielo en nuestro primer invierno
llora el brazo torcido, el ojo morado
llora la nariz
sangre y agua salada.
Y aprendemos
de las costras que nos quitamos
de las heridas que nos engrandecen
de las lágrimas que nos enpequeñecen
de nuevo.
Lloran los padres, las madres,
lloran los amigos y las noches sin lluvia
lloramos alcohol, todas las noches.
Y nos secamos las lágrimas,
y las manchas de sangre
y los fluidos de otros
también.
Y nos duelen los años vividos
y los perdidos,
nos duelen los días ausentes
intensos, erráticos.
Dolor en las letras, en las cartas
en el trabajo, en las colas
y en las camas.
Y cuando ya hemos sufrido suficiente
cuando dejamos de llorar
nos olvidamos
de quienes somos
nos olvidamos
de lo que fuimos
y volvemos a transigir
de nuevo, y convivimos
con el dolor de un camino
que ya se acaba
se desdibuja
en un inmenso lago
de colores apagados
y nos vamos,
lejos,
porque dejamos de llorar
para que otros nos lloren.