viernes, 4 de mayo de 2012

El ácido de las mandarinas

Falling II, de Harry Holland

A veces creo que la mujer que soy no es más
que una prolongación de mi fase parasitaria.

Mi adicción a las mandarinas tiene su origen
en la sustitución progresiva de los cigarrillos
por sus gajos
durante el embarazo de mi madre.

El mismo cordón umbilical que me unía a ella
resultó ser más largo de lo normal:
en el momento del parto se formó un nudo
de horca alrededor de mi cuello
como una sentencia anticipada.

Sigo sintiendo esa presión en el cuello
la asfixia
el mareo
los ojos desorbitados
la lengua hinchada
la mano sudada debajo del guante de látex con el escalpelo
seccionándonos
separándonos
salvándome
y el ácido de las mandarinas
carcomiendo sus ojos.