Lo que viene a continuación no pertenece al género de la crítica literaria ni lo pretende. Es un comentario personal sobre la(s) obra(s) Gog y El Libro Negro de Giovanni Papini, entre otras cosas. El plural es objetivo y el singular es personal. Quiero decir, que pese a ser dos obras distintas (Gog publicada en 1931 y El Libro Negro veinte años después, como continuación de la primera), las considero parte del mismo libro. De hecho la edición que tengo reúne los dos libros en un sólo tomo. Tal vez eso me haya condicionado, no lo sé. Lo menciono porque no me gusta guardarme casi nada bajo al alfombra -no es una cuestión ética.
Lo compré hace unos cuantos años a través de internet. No recuerdo cuantos años exactamente, pero creo que suficientes para que se haya convertido en un clásico personal. Es su lugar en mi cronología la que me importa. Lo tengo bastante maltratado, como casi todos los libros que he violentado de alguna u otra forma. Precisamente al cogerlo de mi librería de conglomerado de madera (modelo Ikea, comprada de segunda mano al independizarme por 20€) he podido recordar y darme cuenta que ha sido durante mucho tiempo mi libro de viajes. Nunca he tenido marcapáginas como tal, siempre he utilizado cualquier papel para marcar mis lecturas, y eso a veces me han dado algunas pistas al cabo de un tiempo. Concretamente en este tengo dos marcadores, uno es un tríptico de Iberia Plus, la tarjeta de la compañía aérea, del 2007, y el otro es una página acartonada recortada del folleto de inscripción de los premios ABC de Arte del 2008 al que presenté
esta obra (inspirada en el parque que más me ha marcado, el de Vigeland en Oslo) y no gané; ahora descansa felizmente frente al cantábrico en una espectacular panorámica, acompañado habitualmente de música clásica. El libro está desgastado, como mordido, del contacto directo con mis manos corrosivas, ansiosas y/o sudorosas. En su momento me costó mucho encontrarlo, estaba descatalogado y era una edición
de viejo que me vendió un particular argentino. Está prologado por
Ettore Allodoli, y al precio de la reliquia se le añadieron los costes de envío transatlánticos. No recuerdo cuanto costó exactamente pero fue "caro", aunque si existiese un precio justo para las cosas, sería el que pagué. No me preguntéis porqué.
La sensación que tengo, vaga y amplia, es de un libro que decía mucho. Eso es precisamente no decir nada, lo sé. Paciencia. Existen muchas formas de criticar una sociedad, un sistema, una época, una condición histórica, pero suelen caer en el moralismo o en el didactismo. Decía Anthony Burgess en el prólogo de La Naranja Mecánica que lo didáctico no es artístico. Yo soy incapaz de aventurarme a dirimir, categóricamente, lo que es Arte y lo que no. Pero sé lo que odio: lo didáctico. Por eso me gustan los relatos de Carver. Por eso no me gusta especialmente Richard Ford, aunque Cecilia Dreymüller me diría que soy imbécil porque no hay ningún tipo de moralidad en el enfoque de Ford. El tema de la pérdida de valores y un punto de vista tan poco arbitrario me hacen pensar lo contrario. Las opiniones son como los culos, y tal.
Vuelvo al libro. Gog -Goggins o el Señor de Magog- es un universo, un metapersonaje, un elemento expuesto a y compuesto por diversas situaciones y entrevistas ficticias a lo largo del mundo (Einsten, Lenin, Gandhi, Lin Yu Tang, Lorca, Valery, Hitler, Freud, Wells, Ramón Gomez de la Serna, Molotov, Huxley, Marconi, Dalí, Picasso, Voronov, entre otros). La forma narrativa es juguetona, sarcástica y no está comprometida. Eso es lo que hace que lo fantástico, lo ficticio, tenga credibilidad. El trabajo de la lectura recae sobre el receptor -el lector, que tiene bastante libertad (de juicio, de opinión) porque Papini no dirige, no obliga. Las situaciones están descuadradas, a veces incompletas, lo que da una sensación de naturalidad que se agradece. Ese desorden, esa cámara que capta (en vez de reproducir en un marco-escenario perfecto), introduce al lector en una visión fortuita, a veces caótica. Por ejemplo en las conversaciones interrumpidas o aparentemente frugales, por ejemplo en la curiosidad primitiva y arrogante de Gog y la ambivalencia de sus comentarios. Algunos hablan de cierto carácter profético de algunos pasajes, yo creo más bien que es una visión amplia y certera de un tiempo, "nada más". Y eso no solo aguanta el paso del tiempo sino que se verifica con él, que es distinto.
Admiro al Papini escritor por su compromiso con la literatura. Porque estoy agradecido, como lector, por librarnos de una monserga moralista, de una moraleja, pese a haber sido un ingenioso y profundo apologeta de cuanto creía en cada momento de su vida (me siento personalmente más cercano a él en su etapa pre/anticatólica, incluso cuando firmaba bajo pseudónimo como Gian Falco). Es un escritor honesto, y eso no abunda. Por eso vale la pena. Por eso -tal vez- no recuerde el precio -elevado- del libro (+ gastos de envío). Puede que esto último se deba más bien a mi precaria memoria. Es lo más probable.