martes, 29 de marzo de 2011

Lo admito


Admito
que admiro
(en una forma que no sabría explicar)
el empeño
obsesivo
de los fanáticos violentos
que concentran y centran
sus horas, sus días, sus vidas
en pequeñas
grandes
únicas
batallas sin -aparente- sentido.

Admito
que envidio
(y no me da miedo pensar)
la rutina exaltada
del atracador minucioso
ordenado
que concibe objetivos
tangibles
materiales
que tiene un método
de resultados esterilizados
pulcros
y que se acuesta a las diez.

Admito
que observo
(con cierta tranquilidad)
a los chatarreros
con carritos de la compra
puntuales
a los músicos de la calle
de tiempos sistematizados
a los buscavidas profesionales
que desayunan todos los días
zumo de naranja y tostadas con mermelada.

Admito
(y pienso)
que cualquier historia que se pueda contar
ya está escrita en los antecedentes penales
de la gente con la que comparto
trenes, semáforos
o enfermedades.