lunes, 27 de enero de 2014

Las notas de suicidio de Mitchell Heisman

Mitchell Heisman
Mitchell Heisman
"Ya está, he cumplido mi parte. Quiero morir y que muráis conmigo". Así nos avisaba esta madrugada uno de los colegas -me niego a llamarle compañero- con el que hace más de tres años formamos un grupo de traducción de la nota de suicidio de Mitchell Heisman. Lo constituimos al poco de conocer la noticia, una mañana muy temprano, cerca de Atocha. Era un bar de esos donde acompañan la cerveza con una "tapa" de aceitunas de lata y patatas chips, algo contra lo que siempre me he rebelado: o aceitunas de verdad, marinadas, o patatas de verdad, fritas. Si son chips, por lo menos que tengan unos boquerones en vinagre encima. 

El 18 de septiembre del 2010 Mitchell Heisman se pegó un tiro en la cabeza el frente a la Memorial Church de Harvard durante una visita guiada por el campus. Heisman tenía 35 años, había estudiado psicología en la Universidad de Albany y residía en Somerville (Massachusetts) viviendo de la herencia de su padre y trabajando en algunas librerías de Boston. Unos minutos después varios amigos, compañeros y conocidos suyos recibieron un email preprogramado informándoles sobre su plan suicida con un archivo adjunto de casi 2000 páginas de lo que él definió como un experimento nihilista:
"Ahora, antes de volarme los sesos, me gustaría señalar que la cuestión central de este texto no es la biología, la raza, o la tecnología, sino que es el nihilismo. En última instancia, esto es un experimento sobre el nihilismo. Cada palabra, cada pensamiento y cada emoción vuelve al problema central: la vida no tiene sentido."
Las notas son una acertada y a veces delirante crítica contra los derechos humanos, la democracia liberal, el materialismo, el igualitarismo, la modernidad, la antiguedad, etc. Están organizadas en cuatro partes:

Exordia
La libertad de expresión a juicio
Un experimento nihilista

Part I
Dios es tecnología
El genio sedicioso del pene espiritual de Jesús
Pureza absoluta

Part II
Una vendetta llamada revolución
Los conversos consanguíneos
La creación de Dios y la evolución del suicidio genético

Terminus
Conclusión
Bibliografía

La traducción se publicará de forma gratuita y online bajo la licencia CC Reconocimiento – NoComercial – CompartirIgual (by-nc-sa). Se difundirá a través de la blog de la revista NADA y demás satélites.

lunes, 20 de enero de 2014

Siempre he querido tener un hijo

Una de las pocas cosas claras que tengo en mi vida
-tal vez la única-
es que quiero tener un hijo.
Algunos dirán que es una excusa,
-tal vez la única-
para no tirarme de cabeza desde un séptimo piso
para no pegarme un tiro con la pistola que me regaló mi padre
para no desentrañarme con la espada de oficial de la marina de mi abuelo.

Es posible, pero los Algunos siempre me han dado igual.

Quiero tener un hijo sin madre
un hijo con el que mear en las esquinas,
como los perros,
un hijo inoportuno, maleducado, conflictivo,
tal vez un hijo Down
que quiera ser de mayor una peonza
un libro o un cuchillo,
lo que sea,
y que aúlle por las noches
que muerda por el día
que me diga "tú quién te has creído que eres"
y que no me lleve flores al cementerio
porque la única lección que habrá aprendido de su padre
será la de siempre esconder bien el cadáver.

lunes, 13 de enero de 2014

CASQUERÍA

-¡Ya estamos!- dice en voz alta mientras el resto de los clientes se dan la vuelta hacia nosotros haciendo sonar las sillas.-Ya tenemos a otro hortera y cursi de ciudad incapaz de comerse un buen plato de toda la vida. No, ahora todos los mamones quieren comida bonita, alimentos empaquetados con abrefácil, sin grasas y que no huelan. No, hijo, aquí la tapa la regalamos y ponemos lo que queremos. ¿Que no quieres comértela? Pues no te la comas. Aquí nos gusta la cocina de verdad, la cocina gore hecha con riñones, pulmones, tripas, sesos, patas, morros, orejas, huesos, médulas, ojos, hígados, corazones, lenguas, criadillas, mollejas y rabos. La casquería es el último bastión contra la estupidez moderna. Ahora todos quieren reducciones, platos sofisticados y enormes que parezcan un lienzo abstracto. Cocina de maricas hecha por cocineros maricones que se creen filósofos y artistas. Me pueden comer la polla. Cocinar unas vísceras es algo grandioso, se necesita mucho tiempo y mucha mano para hacerlas comestibles. La cocina de siempre, la de verdad, la de toda la vida, es uno de los grandes milagros. Lo demás son gilipolleces de paletos de ciudad que se creen que los fogones son instrumentos de creatividad. No, las cocinas son salas de autopsia y en los fogones todo es muerte y sangre, vísceras y cadáveres en descomposición. Esa es la verdadera civilización: el ser humano transformando todo ese dolor animal en algo comestible. ¡¿Te has enterado?!

lunes, 6 de enero de 2014

Nuestra canción preferida

Quisieron eliminarnos,
acabar con todo,
destruir nuestras siete mil millones de ojivas por fundición con trinitrotolueno,
humillarnos como a un Jesucristo deficiente y retrasado
y enmarcarnos con paspartú de maderas innobles
-o tal vez con una mandorla, más piadosa-
para que reírse con sus bocas de dientes podridos.

Se olvidaron de los ladridos de los perros del sótano,
de las cabras cibernéticas con cuernos de angustia,
de los niños violentos de los batidos sangrientos,
de los ancianos seniles, del rencor y la ira,
del agravio.

Quisieron deshacerse de nosotros,
poner una cifra bajo nuestra fotografía
pero ahora es tarde, se equivocaron,
la sangre no olvida y la vida reclama:
ellos o nosotros, y serán ellos,
pasarán por el fuego de nuestra canción preferida.

jueves, 2 de enero de 2014

Línea 2

Sentada en el vagón me tapo la cara
para no ver las miradas sucias,
los ojos tristes,
las colas de artistas y mendigos que se forman en cada estación,
los dientes torcidos del bostezo,
el reflejo trágico,
el gesto torcido
y las caras de asco por el olor a personas,
demasiadas personas.

El metro se para de nuevo,
se abren las puertas,
aprovecho para respirar un poco y levanto la vista:
fue en esta estación y no puedo evitarlo,
he vuelto a mojarme al recordarlo.