domingo, 5 de junio de 2011

pablomiralles@hotmail.com

No me gusta leer, ni hacer deporte, ni siquiera tengo paciencia en la cocina. Soy una vaga. Pero cuando no me quedó otra que hacer la mudanza me encontré en un cajón, entre recortes de prensa, el libro Lo mejor que le puede pasar a un cruasán de Pablo Tusset. 6 euros escrito en grande en la cubierta. Todos los libros deberían costar 6 euros. No sé si sería un buen aliciente para la lectura, no sé si la gente leería más con libros más baratos. A estas alturas lo dudo. Pero estoy segura de que se venderían muchos más libros por ese precio; para regalar, para decorar la estantería o simplemente como un accesorio más. Hay muchos y muchas que llevan un libro colgando de la mano para completar la imagen personal que define su identidad frente a los demás. Un libro, un pendiente, un bolso o un pañuelo. El caso es aparentar algo. Rara vez los receptores asumen objetivamente la imagen proyectada del otro. Mi amigo Fer exhibe un estilo mod con toques de psicodelía, como enfundar una Donkey clásica workingclass a Jim Morrison. Sin embargo los receptores en su mayoría solo ven a un tísico, con demasiados dientes para ser un yonki, vestido como alguna clase de pijo urbano medio maricón. Nada que ver con Vaquerizo advierto, qué asco me da.

El caso es que me pareció buen momento para empezar a leérmelo, y recordé porqué había pensado en Fer: él me lo había recomendado. Me fío. Hace algún tiempo me recomendó -y me prestó- Escoria de Irvine Welsh y fue un acierto. Comencé la lectura en el único sofá que quedaba en la casa y pronto me dí cuenta de la relación mágica entre los dos libros. No era estética ni formal, no. Más bien etílica. Los dos protagonistas eran unos borrachos, puteros y unos cerdos considerables. Tengo una debilidad con ese tipo de perdedores. Hay algo en su derrota que les hace heroicos, mitológicos. Sólo un semidios sería capaz de asumir su lugar en el mundo y tirar pá lante con todas las consecuencias. La mayoría nos pasamos la vida engañándonos y dejándonos engañar, asumiendo los valores de otros, los complejos de otras, los sueños impuestos por un mundo extraño al que nunca dimos nuestro consentimiento para existir. Mejor beber, fumar y follar lo que se pueda mientras esperamos a las Parcas.

Tras unas pocas páginas decidí que tendría que hacer acopio de cervezas, porros y elegir un buen lugar para leerlo. La mudanza paralizaría mi vida una semana y esta lectura sería un buen pasatiempo. Soy muy integrista con estas cosas, con las cosas en general: si me pongo a leer lo hago de verdad, asumiendo el marco y el contexto de la historia. Con el realismo sucio no tengo muchos problemas, pero con Isaac Asimov u Orwell a veces hay que tirar de alucinógenos: bicicletas, shivas, tal vez algunas setas mejicanas o tailandesas. La ficción es para jóvenes, cuando una pasa de los treinta los viajes no son tan divertidos. Considerando que mi apartamento sería un tranjín, opté por un parque cercano con pocos árboles, poco césped, pocos niños y mucho cemento. Perfecto. Compré cerveza en el chino de abajo y la almacené en la nevera. Lo de los porros iba a tener que esperar un poco, mi fournisseur habitual era un ex lío y no me apetecía follármelo con la excusa de traerme las bellotas a mi propia casa. Ese favor se lo cobraba siempre, claro que yo lo descontaba del pago con un regateo postcoital completamente legítimo. Llamé, vino al cabo de una hora y cerramos el trato como siempre. No me siento sucia, no más de lo que estaba antes. 

Cogí las cervezas, una bellota, el libro, el librillo, tabaco y mechero. Lo metí todo en uno de esos bolsos que escandalizarían a cualquier mujer de bien. Demasiado grande, de una opulencia grotesca, innecesaria. Alguien debería definir los límites entre un bolso y una maleta y actuar en consecuencia. No sé, se me ocurre algún diseñador con buenos contactos en el gobierno, de esos que visten a las ministras de periquitos, de esos maricas que parecen odiar a las mujeres y dedican sus vidas a afearlas y ridiculizarlas por 2.000 euros el vestido. A los nuevos progres les encanta poner reglas a todo, una suerte de neofascismo rosa: no fumar, no beber, por qué no prohibir los bolsos insondables o los espejos del Zara. Bajé al parque, me senté en un banco de madera, lié el primer porro y abrí la primera cerveza. Tenía algo de ritual adolescente, me sentía ridícula pero me daba igual. No sé cómo se come eso.

El tal Pablo era un elemento propio de la alta burguesía barcelonesa, un subproducto sin sení: vago de familia rica que dedica sus días a beber y a fumar porros, que ha viajado por medio mundo y no ha trabajado en su puta vida. Pero le salvaba la filosofía, la metafísica. Y la indulgencia del que es consciente que sólo es capaz de vivir de esa manera y lo hace. Gordo y con la polla pequeña, pero con la dignidad suficiente como para llevar un Fred Perry rasgado y castigado por las nuevas anchuras de un cuerpo que no había dejado de expandirse durante los últimos años. El tío comía bien y eso siempre engorda mucho. Al cabo de varios porros y otras tantas cervezas al sol leer se convierte en una lucha por fijar y enganchar la mirada en las letras para poder seguir la trayectoria de la línea de texto. 

Subí a casa y me dejé caer en la cama aceptando la posición tras la caída, con resignación. No recuerdo qué soñé, pero debía ser algo parecido a una pesadilla con algo de sentido, seguramente algún plagio barato del libro. Suele sucederme lo de no recordar los sueños pero tener una sensación casi intuitiva de por donde han ido los tiros. Al despertarme seguí el mismo proceso que el día anterior y enseguida me encontré de nuevo borracha y fumada en aquel paraje gris. Los días siguientes fueron una sucesión casi mecánica de parques y sueños marcadamente literarios, cervezas baratas, porros y extrañas historias en bares donde no faltó ni la cocaína ni el Vichoff. Recuerdo incluso haber intentado contratar a un puto, o como se les llame a los que venden la fuerza de trabajo de su pene a cambio de dinero, y no haber encontrado a ninguno. Todos maricas, chaperos, temerosos de asomarse al agujero negro de mi entrepierna.

Terminé el libro y casi con mi vida, o al menos así quería verlo: que no falte el dramatismo, nunca. Encendí mi portátil y entré en mi cuenta de email.

Para: pablomiralles@hotmail.cm
Asunto: Cabrón

Acabo de terminar "Lo mejor que le puede pasar a un cruasán" y sólo puedo maldecirte. Para mí moriste a partir de la mitad del libro. Apestas. Otro hombre que me defrauda, qué novedad. Espero que tengas una muerte ridícula en La Fortaleza, que te resbales en la ducha, que te mueras en medio de una paja, que te atragantes en un McDonalds, no sé. Es mejor oler a meado que oler a colonia cara, aroma de otros, sólo te digo eso. Contesta si tienes algo que decir, contesta si te dejan, parguelas.

Al cabo de medio minuto recibo un email:

De: "Mail Delivery System" <msn_internet_services@hotmail.cm>
Asunto: Delivery Status Notification (Failure)

The following message to <pablomirallles@hotmail.cm> was undeliverable. The reason for the problem: 5.1.2 - Bad destination host 'DNS Hard Error looking up pablomiralles@hotmail.cm(MX): NXDomain' 

A tomar por culo. Decidí fumarme otro porro bien cargado y dejarme seducir por el microcoma inducido. Me di cuenta del error, de la falta de "o" del puntocom, demasiado tarde. Las piernas y los brazos se habían pegado al sofá con inusitada gravedad y mi cabeza estaba iniciando la cuenta atrás para la desconexión.