martes, 4 de octubre de 2011

París 2011

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Evgeny no había vuelto a París desde hace tres o cuatro años, cuando fue a visitar a una exnovia que se había escapado con un francés que conoció en unas vacaciones en la Costa Azul. Al parecer el francés se había puesto violento con ella en las últimas semanas, lo cual no era de extrañar ya que formaba parte de los Boulogne Boys, los hooligans del Paris Saint Germain -el grupo ultra más importante de Francia. La visita duró tres días aunque se pasó la mitad del tiempo subiendo y bajando las escaleras del pequeño apartamento donde se alojaba su exnovia, deambulando por le 5e arrondissement tras cada discusión que siempre finalizaba con gritos, portazos y Evgeny en la calle junto a los demás tristes y malqueridos de París, que no eran pocos entonces.

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El RER es el tren que conecta el aeropuerto Charles de Gaulle con la Gare du Nord. El gaullismo es un artefacto que ha servido a la clase política francesa para justificar cualquier variante ideológica populista del mismo modo que lo ha hecho el peronismo en Argentina, salvando las distancias, aunque dudo que esa pareja de clase media-alta norteamericana lo sepa. En la terminal del aeropuerto eran todo caricias y arrumacos, no se soltaban ni un momento. Ahora en el tren su única preocupación parece ser la de mantener sus maletas a salvo y tratar de pasar desapercibidos. El sueño de la escapada romántica parisina que les han vendido se ha esfumado al entrar en el vagón. Lo que tenía que ser un tren antiguo al estilo burgués es en realidad una caja de zapatos azul y amarilla. Lo que tenía que ser un obrero con boina con una baguette debajo del brazo es en realidad un negro encapuchado de casi dos metros de altura con mirada rencorosa. Lo que tenía que ser un bohemio leyendo en el tren es en realidad un hombre con traqueotomia pidiendo unas monedas insistentemente. Por eso no me extraña que mi cara, asilvestrada por una barba incontrolable, les pareciese el lugar más seguro donde mirar durante el trayecto.

Al salir de la Gare du Nord todos los turistas se llevan el mapa a los ojos. Buscan en él un sustitutivo de la realidad de las calles parisinas adyacentes a la estación. En los mapas las ciudades parecen pulcras, perfectas, ordenadas y repletas de monumentos y lugares de interés. Las calles del Boulevard de Magenta son todo lo contrario: paquistaníes cocinando maíz en carritos de la compra, negros de las colonias con crestas gritando y escupiendo, franceses circulando en moto por las aceras atropellando peatones y gendarmes enormes de todos los colores armados con metralletas. 

Al dirigirme calle arriba un musulmán vestido con una túnica blanca y gorro del mismo color me toca el hombro y me grita "vous avez raison de porter cette barbe!", claro que la suya era mucho más frondosa y larga y tenía el bigote afeitado al estilo árabe. Los jóvenes musulmanes de París ya no llevan barba, símbolo de hombría y masculinidad, sino que visten más bien como la racaille: chandal Sergio Tacchini y zapatillas Lacoste. Lo único que les vincula con su pasado es el hachís y la agresividad propia del mito de la secta de los nizaríes. Por eso los viejos musulmanes valoran tanto una buena barba, a menos que sea la de un judío, pero esos viven en otros barrios parisinos y apenas pisan estas calles.

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En París todos los bancos están ocupados por mendigos. Es posiblemente la ciudad con más indigentes que haya conocido, muchos más que en Moscú o en Nueva York. Parecen formar parte del paisaje y están integrados en él con total naturalidad. Muchos de ellos están heridos, aun sangrantes, lo que significa que París es una ciudad peligrosa o que una herida es una buena inversión estética para pedir dinero en la calle. La mayoría de ellos, por no decir la totalidad, son borrachos y enfermos mentales que no tienen donde caerse muertos. 

Entre banco y banco y a unos pocos metros de los grandes monumentos que dan gloria a la revolución francesa se apilan colchones mohosos donde viven y duermen -en la calle- familias gitano-rumanas. El espectáculo es asombroso: las terrazas típicamente parisinas -donde un café cuesta 6 euros- están orientadas a la calle, donde decenas de niños y niñas rumanas juegan con la basura en la Plaza de la Bastilla, spot de skaters y punkis quinceañeros en franca minoría. La primera palabra que aprenden los turistas al llegar a París es "non" y la utilizan cada cinco minutos para quitarse de encima a algún pedigüeño mientras apartan la mirada con vergüenza y miedo.

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La Place des Vosges es otra cosa. En el aristocrático barrio de Le Marais aun pervive el Ancien Régime y sus calles recuerdan a los enriques, a Luis XIII o al Cardenal Richelieu, aunque les Bobos prefieren decir que por ahí andaba Victor Hugo, que parece más bien otra marca francesa para seguir vendiendo viajes a París. Todas son guapas, todos son atractivos, todos se tumban en el césped con un libro o una libreta donde apuntar cosas. Ningún gesto, ninguna postura, se sale de lo acordado. Nada está improvisado, todo forma parte de esa actitud altiva subyugada a la posse. Por la calle nadie sonríe, l´entente cordiale entre iguales se desvanece cuando los parisinos de clase alta se desplazan andando. Según su lógica cuanto más enfadado y borde parezca uno más elegante y atractivo será para los demás. 

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-Evgeny, ¿has visto a esos?
Evgeny estaba abstraído pensando en lo antipáticos y poco flexibles que eran los camareros franceses.
-¿A quienes?
-Joder Ev, al grupo de ahí que están sentados en las mesitas de esa terraza- indicando con sus dos manos en dirección a "esa" terraza.
-Sí... ¿qué pasa con ellos?
-Son los "indignados" franceses, quedan todas las semanas en esa terraza para hacer sus reuniones.
-Hay que ser muy imbéciles o muy franceses para hacer reuniones de ese tipo en terrazas de este tipo- dice Evgeny mientras apura la cerveza de 7,5€.
-¡Por eso lo digo! En Egipto o en España eso sería impensable...
-No compares Egipto con España.
-Ya estás otra vez Ev... Salgamos corriendo antes de que venga el camarero de nuevo.

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Al este del canal Saint-Martin, en uno de los barrios judíos, estaban de celebración. Evgeny preguntó a un grupo de jóvenes de qué festividad se trataba. Ni le miraron. Entró en una tienda paquistaní para comprarse una cerveza, los pasillos eran tan estrechos que sus barbas rozaban al mismo tiempo los estantes de la derecha y los de la izquierda. El dependiente le dijo que "esos" estaban celebrando el Rosh Hashaná, el año nuevo judío. Al salir de la tienda se dirigió a un gran parque en pendiente con un gran lago central. A los lados del camino estaban sentados decenas de judíos con kipá y camisa blanca por fuera anudada hasta el último botón. Le costó reconocer que tenía miedo de aquellos imberbes, tal vez la situación le recordaba alguna escena con hileras de cuervos esperando su presa. Prefirió salir del parque y seguir andando a lo largo del canal, donde de mezclaban parisinos blancos bebiendo cerca del agua, judíos sentados en los bancos, musulmanes paseando y borrachos tirados por el suelo. 

Cada uno de los grupos iba vestido de una forma característica, como un gran parque temático de las religiones y culturas. Evgeny sentía tanto asco por todas las razas -incluida la suya- y religiones que no lo podía soportar. Antes de dejar el barrio pasó por una frutería, a la entrada a modo de bienvenida una pegatina de la liga de defensa judía "Defendons nous de l´antisemitisme. Tous avec l´Israel". Se acordó de Le Beitar, el grupo sionista violento que operaba en Francia y que se dedicaba a apalizar estudiantes propalestinos en las puertas de las facultades.

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Me gustaría jurar que jamás volveré a París. Pero sé que al final volveré, como todos. Los negros serán más negros, los blancos más blancos, los judíos más judíos y los musulmanes más musulmanes. París es una singularidad irreductible de miseria y opereta. Los turistas seguirán viniendo engañados por la propaganda de la industria del amor y yo me encontraré de nuevo perdido y solo en esta ciudad, porque no creo que los amigos que aun conservo aquí aguanten mucho más a menos que se vuelvan locos y acaben borrachos y tirados en algún banco. Aunque lo más probable es que se hagan royalistes y no salgan del barrio de la Defense.