miércoles, 28 de diciembre de 2011

Santiago Ramón y Cajal: Übermensch

Autorretrato, Ramón y Cajal (colección familiar)
Todos quisieron colmarle de honores. Fue miembro de la Real Academia de las Ciencias, Medalla Helmholtz, Premio Nacional de Moscú, Gran Cruz de Isabel la Católica, miembro de la Real Academia de Ciencias, Doctor Honoris Causa de las universidades de Clark, Boston, la Sorbona y Cambridge, fellow de la Royal Society, Comandante de la Legión de Honor francesa, Senador vitalicio de España, Director de Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII, Medalla Echegaray y, por supuesto, Premio Nobel en Fisiología y Medicina por su aportación a la neurociencia.

Él decía de sí mismo que era un obrero de la medicina. Rechazó todas las ofertas millonarias de Estados Unidos: él quería que todo su esfuerzo y trabajo sirviesen para mejorar su país. Creó la primera beca para que todo aquel que quisiese y no tuviese recursos económicos pudiese estudiar medicina. Rechazó insistentemente cualquier cargo político o título nobiliario que le ofrecieron en vida. Era modesto y solitario.

Pero lo que yo recuerdo de él, a través de mi abuela, es la historia cotidiana de una individualidad inquebrantable. Cuando era pequeño se dedicaba a rascar las pinturas de las iglesias para utilizar los pigmentos para su propios cuadros. Desde muy joven descubrió la pólvora: no tardó mucho en volar la puerta de una Iglesia con un artefacto casero -un experimento explosivo- cuando todavía no sabía la razón de su odio a la Iglesia. Ni le hacía falta. Mi abuela me contaba con orgullo que en un pequeño pueblo donde solían veranear se reían de él por ser un tirillas. Durante el otoño, el invierno y la primavera siguiente estuvo ejercitándose y musculándose compulsivamente. Al volver al pueblo les dio una paliza que recordarían toda su vida. Ya no volvieron a reírse. 

Durante la Guerra de Cuba su familia le había conseguido recomendaciones para tener un buen destino en la isla, sin embargo Santiago no quiso utilizarlas y fue a parar a Camagüey, una de las zonas más peligrosas durante la guerra y donde se encontraba la precaria enfermería de Vistahermosa, donde se trataban a los enfermos más graves de disentería y paludismo. Él lo quiso así. Durante su estancia se enfrentó con casi todos los mandos y oficiales de su propio ejército, que aprovechaban su rango para robar comida y alimentos a los enfermos. Santiago contrajo casi todas las enfermedades que allí trató porque nunca quiso abandonar a los heridos y enfermos pese a las recomendaciones de sus superiores. Tuvo que abandonar Cuba tras contraer paludismo.

En sus últimos años de vida solía pasear por la Cuesta de Moyano con su nieta para comprar libros de segunda mano. Cada vez que se le acercaba un periodista a incordiar él no tardaba ni dos segundos en golpearles con lo que tuviese a mano: un paraguas, un periódico o un libro. Su instinto nunca le falló. Murió en la cama, anotando los síntomas que iba padeciendo mientras se iba muriendo poco a poco, hasta el último minuto, para que sirviese a otros para comprender mejor el funcionamiento de la muerte.